Amigas que te regalan bombones cuando pasas tragos amargos.


Amigas que siempre contestan al teléfono diciendo ¡¡¡¡¡Amooooooor!!!!!  con la voz rebosando cariño.
Amigas que combinaban terriblemente mal la ropa hasta que tú llegaste a sus vidas y no tienen ningún pudor en reconocerlo.
Amigas que se saben absolutamente todos los cotilleos de la ciudad pero que nunca divulgarían tus secretos.
Amigas que cruzan contigo el país de punta a punta en un viaje absurdo y agotador para sobrevivir a anfitriones terribles, copas con los vecinos sin salir de la cama, duras horas de trabajo no reconocido y una larga serie de contingencias... pero que hacen que la experiencia merezca la pena sólo por el hecho de haberla compartido.
Amigas cuyas madres se hacen amigas de tu madre y que, a partir de ese momento, están más al día de tu vida por vía materna que por canal directo.
Amigas con un paso de baile mítico que adoras imitar.
Amigas que duermen como marmotas y se despiertan con el pelo húmedo porque tienen el dormitorio a 45ºC.
Amigas que saben que tú también pides el café con leche, en taza grande, corto de café -aunque ellas lo tomen con sacarina y tú con azúcar-.
Amigas que viajan con un botiquín digno de un traficante y un volumen de equipaje a la altura de un refugiado.
Amigas que te mandan un privado contándote lo que han soñado esa noche y te provocan un ataque de risa que te hace salir corriendo del despacho ante la asombrada mirada de tu compañera de trabajo.

Amigas que te escriben postales sólo para decirte cuánto disfrutan viéndote sonreir.

(Facebook no tiene grupos suficientes para decirte cuánto te quiero y la suerte que tengo de que seas mi amiga.)

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