Wardrobe

Mi vida ha cambiado de talla, no hay duda.
Lo que antes me apretaba ahora me sobra; lo que antes me estaba holgado ahora me ajusta.

Por eso -en mi vida como en mi armario- ha llegado el momento de poner orden: regalar lo que ya no sirve a quien pueda aprovecharlo, tirar a la basura lo que se desgastó para siempre, conservar como recuerdo lo que un día fue especial y, sobre todo, disfrutar con una enorme sonrisa culpable lo bien que sientan los conjuntos de la nueva temporada.

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Un corazón no es más que un ovillo -complejo y enredado- de cintas de colores para regalar a los demás.

Todas las madejas tienen cabos sueltos que dan color pero no pueden atarse ni en un simple nudo.
Todos los ovillos tienen lazos largos, brillantes, que cuentan historias.

Un corazón siente todas las cintas que ha entregado; por eso se esfuerza en sostener un extremo y ser partícipe de los vaivenes de la vida de aquellos con los que se compartió.
Los hilos de un corazón a veces hablan de alianzas.
Los hilos de un corazón a veces se pierden.
Los hilos de un corazón a veces se enredan, se desgastan, se rompen.

En mi ovillo había una cuerda.
Era larga y estaba atada con fuerza, pero era rígida, pesaba mucho y el esparto arañaba en cada nudo.
Oprimía al corazón y el corazón soltó su extremo.

Sin la soga mi ovillo es ligero, sus cintas lo estrechan y un gran lazo rojo lo abraza rodeándolo como si fuera un regalo de Navidad.
Pero a veces me doy cuenta de que siempre tendrá un hueco vacío donde sentir o imaginar que alguien ha dado un tirón desde el otro lado, porque un corazón no puede evitar sentirse atado y echar de menos a aquellos a quienes quiso, a los que un día formaron parte de él.

Estática & Dinámica

¿Por qué no te lo acabas de creer?
Te he explicado millones de veces que la diferencia está en que, hasta ahora, nunca te había encontrado.