Gominola Nº 14 - Lunes

Una copa en la cama en pijama... contigo.

Dementor

Leer una revista.
Comer un helado.
Llamar a una amiga.
Pintarme las uñas.
Copas de verdejo.
Tarde en la piscina.
Planes para esta semana.
Comprar unos zapatos.
Escuchar esa canción.
Colgarme del Facebook.
Ir a la peluquería.
Tumbarme en la cama.
Mirarme al espejo.
Colgar otro post.
Ver de nuevo aquellas fotos.
Poner orden en mi agenda.
Salir sola a pasear.

Hacer ruido.
Mucho ruido.

Cualquier cosa con tal de no escuchar a la nube y empezar a llover.

"Vamos hablando y te voy contando."

Imagina un armario lleno de zapatos azules de todas las marcas, tallas y modelos: puedes ponerte unos cada día, gastar a diario tu par favorito, guardar en el fondo de un cajón aquellos que ya no usas pero que quizá llegues a necesitar más adelante...

Imagina que hay una única percha de la que cuelga un pantalón rojo: con algunos pares combina mejor, con otros jamás te lo pondrías.
Fue un capricho repentino; pensaste que era buena inversión, te gustaron el color y el corte y a primera vista parecía de tu talla... ni siquiera te molestaste en pasar por el probador.
Te gusta muchísimo, pero corres el riesgo de que pase de moda, cambies de talla o simplemente se acabe desgastando...

Y sólo hay un pantalón rojo.
Y en su percha se siente especial.
Pero a veces no puede evitar sentir envidia de los zapatos, que tienen asegurado su sitio en el armario por el mero hecho de ser zapatos y no pantalones... y se escurre poco a poco de su percha hasta que tú llegas y lo vuelves a colocar en su sitio.

Espejo

Carla estaba sentada sola en una cafetería justo enfrente del portal donde vivía Mia.

Tenía un mal día -la nube apretaba fuerte y de manera intermitente desde hacía un tiempo, tormentas de verano...- y sentía la necesidad urgente de deshacer el enorme nudo que le cerraba el estómago para así vomitar todo el veneno que poco a poco se había ido acumulando dentro de ella. El problema era que no sabía cómo hacerlo.

Se preguntó dónde estaría Mia en ese momento... habría sido reconfortante llamar a su timbre y que hubiera bajado a tomar con ella un zumo de naranja.
Le habría dicho:

- Nos echo de menos a nosotras mismas...

Me encantaría poder decir un buen día: "¡Te invito a un café y unas tortitas en el 2006!" como si te estuviera diciendo que quedamos a las cinco y media.
Nos reuniríamos las cuatro -las de ahora y las de entonces- en algún bar de la Plaza Mayor y hablaríamos de cosas absurdas, de apuntes y asuntos pendientes, dibujaríamos corazones y estrellas en nuestras agendas y nos emborracharíamos de planes imposibles.

Sería genial. Increíblemente refrescante.

Aunque, por otra parte, no estoy segura de que a la Carla de entonces le gustara la persona en la que se ha ido convirtiendo...
Soy más fría, más racional y más desconfiada. No he llegado a ser tan fuerte, tan independiente ni tan brillante como ella quería ser. Sigo siendo inestable, irresponsable  y me afecta la lluvia. Aún no he sido capaz de domesticarme a mí misma ni lo que siento.-

Mia habría respondido:

- Se te olvida un detalle importante: Yo me niego a mí misma guardando lo que siento en el Borrador, tú vacías la Nevera convencida de que así haces un ejercicio de madurez... pero seguimos comiendo galletas y nos pintamos las uñas de colores. Somos y seremos siempre niñas, eso no cambia. Es lo que nos hacía especiales entonces, pero no lo hemos perdido.-

Carla se quedó aún un buen rato mirando su botella de agua, todavía estaba triste.
Cuando se cansó de estar parada siguió su paseo para ver si se encontraba por la calle alguna sonrisa culpable.
Al pasar por el portal de Mia le mandó un beso con el pensamiento y le dio las gracias.

Hay días en que es bueno tener buenas amigas, aunque estén lejos y no puedan consolarnos.

Gris

Llevan toda la mañana talando los árboles del jardín al otro lado de mi ventana.
No puedo evitar pensar que por lo menos caen imponentes, cubiertos de hojas; han evitado que el otoño los dejara vacíos.

El libro amarillo.

Anoche soñé contigo: me llamabas para invitarme a un café porque habías decidido perdonarme.

Nos dábamos un abrazo. Me contabas cómo te iba todo.
Mientras tanto, ella y mis amigas se contaban cosas en la mesa de al lado; se reían mucho.

Entraba luz por las ventanas y, cuando él vino a recogerme y te levantaste para saludarle, tuviste que cubrirte los ojos.
Le diste una palmada en la espalda y le pediste que me cuidara.
Os sonreísteis.

Prometiste seguir en contacto y dijiste algo gracioso.
Nos despedimos con un beso y me acariciaste la cabeza.

Por la mañana me di cuenta de lo lejos que estás todavía, pero ahora dueles menos y me siento mucho mejor.

"¿Qué pasa?"

El tiempo, ¿no te has dado cuenta de que ya falta un día menos para que te cases conmigo?

A vosotros: GRACIAS

He descubierto que una chica en Siria tiene la mano exactamente del mismo tamaño que yo.
Mi maleta ha vuelto teñida de verde y amarillo.
He conocido a mis tíos-abuelos de Roma.
Me han prometido un árbol de Navidad en una piscina en Australia.
He oído cantar en lenguas tribales africanas.
Me han contado cuentos de aztecas hasta convertirme en devota de la Virgen de Guadalupe.
He formado parte de algo grande y nos han agradecido el esfuerzo.

¿Cómo no voy a creer?

211 cosas que una chica lista debe saber.

Es recomendable vaciar tu nevera antes de salir de vacaciones...

Chasing cars

Una moneda siempre tiene cara y cruz, ¿qué sentido tiene que se demanden por agravio comparativo?

Hospitality

Cuando das vueltas sobre ti mismo terminas por marearte -eso lo sabía muy bien- pero el punto en torno al que había gravitado hasta entonces ya no estaba imantado y dar vueltas ondeando el ruedo de su falda era su única opción.

Girando y girando perdió la conciencia del tiempo y el espacio y vivió unas cuantas noches -o unas cuantas vidas- flotando en una nube gris. Ya se había hecho a la idea de que así serían siempre las cosas cuando, de repente, un día chocó contra algo.
Tras el impacto le asombró no sentir dolor, miedo o angustia, sino tan sólo una enorme sorpresa por haber frenado de improviso. Ni siquiera se molestó en  comprobar cuál era la naturaleza del obstáculo que la había detenido.

Estaba aturdida y sólo era capaz de intuir una emoción cálida que la abrazaba con fuerza evitando que cayese y -poco más tarde- fue consciente de que la llevaban en brazos a un sitio seguro y de que todo iría bien si se limitaba a no mirar atrás.

Cuando abrió los ojos supo que había llegado a casa pese a no reconocer la vajilla ni saber por qué puerta se accedía al jardín, y era curioso, porque durante mucho tiempo había puesto todo su empeño en convertir en refugio una casa extraña, fría y severa a la que siempre tuvo reparos en llamar hogar.

Le dieron la bienvenida, le presentaron a todos los huéspedes, le enseñaron cada estancia e incluso abrieron los cajones para que supiera qué se escondía en cada rincón.
Le regalaron una cama, una copa y una vela para decirle que allí podía descansar, compartir y dejar de tener miedo.

Reflexionó mucho sobre la suerte de contar con un sitio como aquel para curarse las heridas y un día decidió quedarse allí para siempre: ¡cómo no iba a hacerlo si había encontrado un lugar a su medida!
Pero la nube gris había calado sus huesos y algunas noches -cuando más oscuro estaba- se le aparecía en sueños como un fantasma y decía:

-Un día te echarán de esta casa, ¿no te das cuenta de que aquí sólo eres una visita? Los otros huéspedes han hecho suyos los dormitorios, pero tú no tienes nada con lo que demostrar que perteneces a este lugar y, cuando alguien llame a la puerta, serán tu cama, tu copa y tu vela las que entregarán al nuevo invitado.-

A la mañana siguiente de cada pesadilla se sentía mareada y confusa: de pronto parecía que los inquilinos conspiraran para que se fuera y que la casa apagase las chimeneas a su paso para que el frío la llevara lejos de allí.
Se sentía embargada por una clase de angustia particular -algo así como el bochorno de una tarde de verano que amenaza tormenta- y, mientras se esforzaba por eliminar esa presión, repetía para sí misma como un mantra las palabras que le dirigía su anfitrión en el desayuno:

-Es cierto que no te esperábamos y que a algunos se nos ha hecho más extraño que a otros el hecho de que tengas intención de quedarte, pero ten muy claro que desde que llegaste aquí hay más luz y, por eso, sé que eres tú y no otra la dueña de ese dormitorio. Esta será tu casa hasta que tú decidas lo contrario.-

Solía surtir efecto...

Pese a todo, a veces no era fuerte y caía en la tentación de girar una vez más sobre sí misma -la falda dando vueltas como la casa de Dorothy hacia Oz- para después tropezar constantemente con las escaleras del edificio.
Pese a todo, a veces pasaba la noche en vela inmóvil, aferrada al cirio y esperando a que el sol se llevara el miedo.
Pese a todo, a veces se dejaba convencer por la nube y  se veía llamando a la puerta mientras los inquilinos le cerraban el paso muertos de risa...

Hasta que alguna mañana recordaba lo mucho que la despejaba correr hasta la buhardilla para llenar su copa, tirarse en su cama y escribir sin pensar hasta dormir acunada por la luz de su vela.

Sabía que, al despertar, el anfitrión le daría un beso con tostadas y café, y que así cada cosa regresaría a su lugar y ella a volvería a ceñirse con firmeza su maravillosa sonrisa culpable.