Spleen

Llueve.
A mares. Sin parar. El agua no da tregua.

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A veces cuando llueve me entra un tipo particular de melancolía: no es exactamente tristeza, porque tiene un punto de apatía, un toque importante de hartazgo y es, pese a todo, un estado que me gusta.

Son días en los que la vida se me antoja gris -un gris perla, casi cálido-, y me da la impresión de que las agujas del reloj van más despacio de lo que es habitual; entonces me disfrazo de Miss Golightly -de negro, con gabardina- y decido confundir el Pisuerga con el Sena, volver a ver Al final de la escapada, leer letras de Jacques Brel... Observar las gotas deslizándose por la ventana y pedir deseos cuando al fin se encuentran y deciden recorrer juntas el cristal.

Cuando tengo un día gris me regodeo en mi propia tristeza, la disfruto blanda y acogedora. Dejo que las cosas pasen a mi alrededor y simplemente observo cómo mi silencio y la lluvia se abrazan.

Audrey Hepburn por Richard Avedon.
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Pero también sucede algo curioso cuando llueve: siempre llega un momento en el que me entran unas ganas terribles de salir fuera y empaparme. De pronto me doy cuenta de que -aunque el frío y la humedad no son agradables- te ayudan a hacerte consciente de que estás aquí y ahora; de que te corre sangre por las venas.

Y de repente ya no quiero escuchar en bucle a Damien Rice y a Françoise Hardy.

Es como si me emborrachara tanta melancolía, el gris se me subiera a la cabeza y de pronto asumiera que, ya que va a seguir lloviendo y no me queda más remedio que vivir en blanco y negro, por lo menos puedo hacer que mi vida sea un musical...
(Al final y al cabo yo también soy rubia, como Catherine Deneuve.)

Catherine Deneuve en "Les parapluies de Cherbourg".
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Por eso cuando llueve es, precisamente, cuando más tentada me siento de retar al azar y, a golpe de capricho, forzar que la vida me sorprenda.
Hago excentricidades como cocinar sin calcular las cantidades exactas de los ingredientes a propósito, salgo a la calle a deshora, compro libros sin leer la contraportada, entro en bares de barrio y pido esa infusión que nunca me gustó, engaño a una amiga para que me recuerde cómo se monta en bicicleta.

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Ennumero asuntos pendientes y, en lugar de sentirme mal por no haber sido capaz de llevarlos a cabo todavía, disfruto con la perspectiva de que aún están por cumplir y por arte de magia pasan de ser carencias a ser deseos.

Y la misma chica que 10 minutos antes sentía la primera lágrima escociendo en la comisura de su ojo derecho, ahora fantasea con la idea de que saliendo a pasear bajo el aguacero sin capucha le gana al destino una historia que comienza en la cola de un supermercado. O en un vagón de metro, o en el ascensor de la casa de su abuela.

Sonrío y me veo contando a mis amigas que -el día que le conocí- los dos llevábamos vaqueros y un jersey a rayas azules y blancas. Que todo empezó cuando nos preguntamos en la calle a la vez: ¿Tienes hora?.

Que desde entonces su broma favorita es esconderme los paraguas para poder rescatarme de los chaparrones de abril.
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Por eso, aunque preferiría que el invierno dejara de jugar con nosotros al escondite y se marchara de una vez por donde ha venido, no me importa tener que esperar aún unos días para disfrutar del sol en las terrazas.

Porque sé que llegaré a mayo empapada de sonrisas culpables y con los bolsillos llenos de gominolas.

2 comentarios:

  1. Y una vez llegados a este punto y seguido, porque nunca es final, espero que las letras siguen saliendo de tu corazón, que es desde allí desde donde vienen, y sigan llenando líneas y líneas para que los demás podamos seguro disfrutando de ellas y soñando mientras las leemos.
    Según término de leer, está sonando de fondo aquello de "You Can't Always Get What You Want" (y te prometo que así es), y aunque no seré yo quién le quite la razón al señor Jagger, estoy seguro que en tu mano sí está el conseguir todo aquello que quieras.

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